miércoles, 28 de enero de 2009

Semana 1. Día gris.

Otra vez me encuentro sentado en la misma mesa de siempre. Otra mañana ahogando las penas en la cafetería del centro después de una pelea telefónica.

Es difícil mantener una relación a distancia cuando no confías en tu pareja y cuando tu pareja no confía en ti. Siempre tuvimos una buena relación, hasta que se marchó de Tortuosa para probar suerte en el extranjero. Desde entonces lo nuestro pende de un hilo y acabamos discutiendo por cualquier cosa. No me gusta ser pesimista, pero creo que la cosa no llegará a buen puerto…

Siempre pensé que las relaciones serias no estaban hechas para mí. Desde que “escapé” del yugo de mi padre no me ha gustado atarme a nada serio para no tener que darle explicaciones a nadie y, para qué nos vamos a engañar, siempre me ha gustado picotear un poco de aquí y un poco de allá. Pero con Carol fue diferente. Creo que su simpatía me hipnotizó e hizo que cambiase mi forma de pensar. A simple vista no era nada del otro mundo, como se suele decir, era una chica del montón, pero su mirada era como el canto de una sirena al que no puedes ignorar.

Llevo ya un par de horas aquí mirando las telarañas, prácticamente sin probar bocado, inmóvil y sin hablar con nadie, hundido en mis pensamientos melancólicos recordando mejores tiempos. Creo que ya es hora de pagar e irse a descansar un poco, ¡hay que estar fresco para esta noche! Todavía quedan muchas cosas que organizar y aun hay que pasar por la imprenta para recoger las inscripciones.

Pago con 10€ el café y la tostada a medio comer y dejo lo que sobra para el que me atienda. Me encanta ver la sonrisa de los camareros cuando reciben una propinilla extra y hacen sonar la campanita del bote. Paraguas en mano atravieso la puerta principal del Arthurs y escucho una dulce melodía. Tras la esquina, un hombre calvo y desaliñado sentado en unas escaleras toca un blues con un saxo. Una melodía cautivadora que expresa completamente lo que siento. No era la primera vez que veía a aquel tipo. Solía estar tocando por ahí, esperando a que alguien le echase “la voluntad”. Quizá sea lo que busque para el concierto… pero ahora mismo no tengo las inscripciones y, la verdad, no estoy de humor para pararme a charlar con un desconocido. Le haré feliz tirando unas moneditas en la funda de su instrumento y, si le interesa, ya vendrá a verme cuando vea los carteles.

Camino de casa, saco mi PDA del bolsillo (sinceramente creo que de tantas cosas que tengo en la cabeza no sabría organizarme la vida sin este aparatito) y llamo a Rafa, el encargado de mi negocio, mi mano derecha en el trabajo y mi mejor amigo desde que llegué aquí, resumiendo, una persona en quien puedo confiar plenamente. Le llamo para preguntarle cómo ha ido la noche y para contarle mis nuevas batallitas con Carol. Él siempre me ha escuchado y ayudado cuando he tenido cualquier problema. Al parecer la noche fue bastante buena, hicimos una buena caja y no hubo ningún incidente fuera de lo normal.

Nos conocimos cuando llevaba un mes en Tortuosa, por aquellos entonces todavía no tenía nada montado aquí y vivía del dinero que me mandaba mi padre que, aunque distante y con bastante mano dura, siempre se ha preocupado de que no me faltase nada material. Rafa y yo coincidimos durante una de mis continuas salidas nocturnas en un pub. Él salía con una amiga de Carol, y fue entonces cuando les conocí. Juntos montamos un pequeño grupo de música, él es un experto en la percusión y yo me defiendo con la guitarra y con la voz. Desde que lo dejó con su novia no le he vuelto a escuchar tocar una nota.

Cuando me doy cuenta estoy en la puerta de mi casa. Me despido de Rafa, me quito los zapatos y escurro el paraguas para no llenar toda la casa de charcos, que bastantes he pisado cuando iba hablando por teléfono, y además el agua no le sienta nada bien a la madera del suelo. Ya está bien por hoy, es hora de comer y luego a la cama. Esta noche será un nuevo “día”…

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